Friday, July 01, 2005

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Entrevista realizada a César Bandin Ron por la revista Ciudad Abierta de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Agosto de 2001.

¿Para qué sirve un taller literario? ¿Cómo definiría su función?

Voy a arrancar con una confesión: yo no creo demasiado en los talleres literarios. Así como no creo en los análisis verborrágicos e "inteligentes" o en las consignas o fórmulas universales para disparar la producción. Creo, sí, que hay cuestiones concretas, que tienen que ver con "el oficio" de escribir, que pueden transmitirse y ejercitarse. Oficio que, por otra parte, se adquiere sólo escribiendo: los misterios y las dificultades en torno a la escritura se resuelven sólo en el pleno ejercicio de la escritura. Todo lo demás es conversación, suposiciones, teoría. Uno apenas puede ofrecerse como interlocutor, poner a disposición de los jóvenes su mayor experiencia, y acompañar las inquietudes de cada cual. Aunque si no se da una relación de afecto y de respeto difícilmente pueda llevarse adelante un programa de trabajo en común.

Para escribir mejor hay que escribir mucho, escribir todo el tiempo; y leer, por supuesto, aunque para el verdadero escritor la lectura es uno de los lados de la escritura. De algún modo hay que buscar la forma de no hacer otra cosa más que escribir. Ahora bien: ¿cómo transformar la propia existencia en una suerte de escritura incesante? Bueno, ésta tal vez sea la inquietud que habría que sembrar en aquellos que quieren iniciarse en la tarea literaria; y también el puntualizar que todo es una cuestión de oído, de sensibilizar el oído frente a la lengua y los mecanismos del lenguaje. El oído lo percibe todo, el oído alerta y orienta: el escritor depende de su oído, del oído y del ojo. "Oir con los ojos…"

¿Cómo organiza usted el funcionamiento del taller?

Después de muchos años de estar vinculado a la educación artística, no sólo en el ámbito de la literatura, he optado por forzar un modelo de trabajo sobre grupos muy reducidos, que defienda el seguimiento individual. Cada participante supone un universo único y desconocido, y en términos de creación cada cual propone una aventura excluyente. A partir de esta convicción, simplemente trato de descubrir qué cosa estimula a cada cual, para así ponerlo a trabajar; orientándolo en cuanto a cómo leerse, cómo corregir, cómo reescribir…

¿La opción de asistir a un determinado taller supone también la elección de una poética?

Obviamente no debería ser así. El que esto no suceda y que cada uno de los participantes encuentre su forma de libertad y logre poner en marcha su propio programa de creación, dependerá de la experiencia y la seguridad del coordinador. Lo esencial es anterior a cualquier poética. Si el maestro ha sostenido a través de los años una reflexión honesta sobre las cuestiones claves que tienen que ver con lo literario, es esta inquietud la que debe compartir con los escritores más jóvenes.

Es cierto que tal vez no se pueda enseñar a escribir y que sí, en cambio, pueda enseñarse a corregir o a planificar el trabajo, por ejemplo. Son todos esos años de búsqueda, de pequeños logros y mucho desaliento, lo que el maestro puede compartir con el alumno: hablar desde la experiencia, desde lo sentido en carne propia y desde el deseo, si es que aún se sostiene.

¿Cómo hace para que sus propias estrategias y procedimientos narrativos no se filtren en sus alumnos?

De hecho, me sucede siempre todo lo contrario, soy yo el que me monto en el delirio y las búsquedas de mis alumnos. Aliento a no descartar ningún camino, por extraño o contrario a la tradición y al sentido común que parezca, y me sumo al esfuerzo de hallar un procedimiento eficaz para llevarlo adelante y convertirlo en un producto literario aceptable. Siempre, por supuesto sobre la base de un procedimiento coherenteAunque vale aquí eso de que “antes de tener estilo, hay que aprender a escribir”.